Nightingale en inglés significa ruiseñor, una especie de pájaro conocida por su bello canto. No sabemos si Florence Nightingale tenía un bello canto, pero sí que tenía un bello sueño. Un sueño que persiguió como si no hubiese nada más en el mundo que pudiese hacerla feliz: cuidar de los demás y ayudarse para eso de los números.
Comenzando a andar
Florence nació en plena era victoriana en una sociedad en la que tu cuna determinaba tu destino. En su caso, Florence estaba predestinada a una vida llena de lujos, pero vacía de todo aquello que le motivaba.
Para que os hagáis una idea del tipo de familia en la que nació Florence empezad imaginando que su nombre hace referencia a su lugar de nacimiento, Florencia, y no porque fuese la residencia habitual de su familia, sino porque sus padres, Fanny y William Nightingale, decidieron extender su luna de miel y, tanto la prolongaron que, en el transcurso de esta, nacieron sus dos hijas, Parthenope (en honor al antiguo nombre Griego por el que se conocía a la ciudad en la que nació, Nápoles ) en 1818 y Florence, en 1820.
Se trataba de una familia adinerada, aunque no noble, lo que significaba que para mantener su estatus era fundamental ceñirse estrictamente a las normas sociales. Además, dado que el único hombre de la familia era William, el destino de Parthe y Florence estaba unívocamente encaminado a un acertado matrimonio que asegurase la estabilidad de las tres mujeres de la familia en caso de que algo le sucediese a William. En estas circunstancias, los sueños de Florence quedaban fuera de todos los planes trazados. Pero, ¿cuáles eran estos sueños? ¿Cómo era Florence?
Desde muy pequeña, Florence era curiosa como la que más, quería conocerlo todo, saberlo todo. Dicen que contaba las conchas que encontraba en la orilla de la playa y que quería saber de qué tipo eran, cuál era su nombre científico… Era minuciosa y apuntaba hasta el último detalle. Además, desde muy pequeña, desarrolló un especial interés por todo lo que tuviese que ver con la salud y se dedicó a apuntar, por ejemplo, todas las enfermedades que sufrían los miembros de su familia, incluyendo la cura que habían recibido.
Su curiosidad, sus ganas de aprender y su interés por el cuidado de los enfermos topaba una y otra vez con una barrera que parecía difícil de romper, su estatus social y su condición de mujer. Y es que, a pesar de que su padre rechazaba la afianzada idea de que la educación de una mujer de su clase debía restringirse al arte, la costura y a la gestión del hogar, había muchos intereses de Florence que su familia no entendía ni compartía.
Piedras en el camino
Algunos obstáculos los consiguió vencer relativamente pronto. Así, Florence desarrolló su interés por las matemáticas de la mano de un reverendo presbiteriano durante su estancia en Londres, donde se desplazó para ayudar a su tía, embarazada por séptima vez. Sin embargo, su vocación hacia la enfermería y el cuidado de los demás precisó de una lucha mucho más concienzuda y prolongada.
Muchas fueron las veces en las que Florence se enfrentó a su madre y a su hermana por este motivo, sobretodo cuando decidió rechazar al gran amor de su vida Richard Monckton Miles, para poder seguir el camino que ella consideraba una llamada de Dios, la enfermería.
Viendo que su ánimo se deterioraba, sus padres la animaron a viajar con una pareja amiga de la familia, los Bracebridges, quienes se convirtieron en un gran apoyo para Florence permitiéndole visitar los hospitales que encontraban en su camino de forma que Florence pudo ver cómo era el cuidado de la salud en otras partes del mundo. En estos viajes pudo incluso comenzar a formarse en la práctica de la enfermería y conocer a muchas mujeres que la inspirarían y guiarían.
Cuando la gota horadó la piedra…
Efectivamente, el ánimo de Florence mejoraba cada vez que empezaba uno de estos viajes, pero decaía cuando volvía a casa y los enfrentamientos comenzaban de nuevo. Hasta que, en 1851, de pronto, Fanny y William cambiaron de idea y accedieron a que Florence visitase el Instituto de Enfermería Kaiserwerth, en Alemania, un instituto donde Florence ya se había formado durante un corto periodo en uno de sus viajes con los Bracebridges y donde aprendió las estrictas normas sobre el cuidado de los enfermos que le acompañaron el resto de su vida.
A su vuelta a Inglaterra, Florence se hizo cargo de la dirección de un hospital en Londres dedicado al cuidado de mujeres nobles que, por algún motivo, no podían ser atendidas en sus casas. Allí aplicó todo lo aprendido en Alemania manteniendo altos estándares de limpieza y procurando que todas las mujeres que lo necesitasen pudiesen recibir cuidados, incluyendo a las mujeres de origen católico que hasta ese momento no eran aceptadas.
Cuando lo había cambiado todo y el hospital funcionaba a pleno rendimiento, Florence se dio cuenta de que había llegado el momento de buscar un nuevo reto. El nuevo desafío arribó de la mano de la gran epidemia de cólera que se desató en Londres. Florence luchó por cambiar las condiciones sanitarias convencida de que la epidemia mucho tenía que ver con estas. Pronto el doctor John Snow, otro importante personaje para la historia de la estadística, encontró la causa de la epidemia en una fuente cercana a las viviendas de los afectados y la enfermedad cesó.
Llegó entonces el momento que marcaría la vida de Florence y que haría que todo el mundo la conociese. La Guerra de Crimea se estaba librando a dos niveles, los soldados luchaban en el frente y después contra la muerte en los hospitales de campaña, si es que podían llamárseles así.
Y para leer más sobre lo que allí aconteció tendréis que viajar, como ella (pero sin moveros de casa) hasta el blog de Julio Mulero (https://elultimoversodefermat.wordpress.com/2020/05/12/florence-nightingale-o-como-no-rendirse-nunca/) compañero de la Universidad de Alicante, al que agradezco enormemente que se haya dejado liar para completar este hilo que, sin él, no habría sido posible.
One Reply to “Florence Nightingale o como no rendirse nunca”